Todo lo que tengo es mi presente

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Burbujitas

miércoles, 20 de febrero de 2013

Renacer de las cenizas

Iba a publicar una nota en Facebook, pero al pensarlo dos veces, me he dado cuenta que esta historia merece entrar un poco más en el detalle.

Todo comenzó el pasado 1 de Abril de 2012. Lucía cumplía 5 añazos y, entre otras cosas que organizamos para celebrar tan alegre acontecimiento, a su papá se le ocurrió que la peque podía plantar un árbol en el jardín comunitario, en un acto arropado por la familia.

En un primer momento, y huyendo siempre de las posibles complicaciones, pensé-"Uff, qué lío, no??"- aunque luego, y viendo su insistencia, me dejé convencer y allá que fuimos a un vivero a elegir el arbolito en cuestión.

Nos llevó un buen rato seleccionar el adecuado, por tamaño, precio y apariencia. Al final, el elegido, fue un melocotonero. Ya iba entrando un poco más en la idea aunque me pesaba el tener que bajarnos todos al jardín, antes de comer, escarbar y estar trasteando con la tierra.





Pues tengo que decir que mereció la pena. Lucía plantó su árbol con ayuda de sus tíos, su abuelo, su padre. Recogimos el momento en estas fotos tan bonitas. El lugar elegido para el melocotonero de Lucía está justo debajo de nuestras ventanas, lo podemos ver desde el salón, cosa que hacemos regularmente.

Lucía, presentaba orgullosa su árbol a vecinos y amigos y, a todos, les gustó la idea.

Los primeros días de abril estuvimos pendientes de que aquel frágil árbol se agarrara bien a la tierra. contamos con la ayuda de Santiago, el conserje, que cuida como nadie las plantas y aquel arbolito empezó a  crecer y a llenarse de hojas.

La vida se abría paso!!!

Fueron pasando los meses y con los primero fríos, viento y granizo, una sombra de preocupación nos atenazaba cuando mirábamos por la ventana ¿Resistirá? ¿Será lo bastante fuerte? qué decepción para la pequeña Lucía si no aguantaba.

De un día para otro, nuestro árbol se quedó sin una sola  hoja, a pesar de la promesa del vivero de que adquiríamos un árbol de hoja perenne.

Desde ese momento, lo vigilábamos de reojo para que la peque no se diera cuenta. Aunque ella ya lo había visto: -"Mamá, el melocotonero ha perdido sus hijitos"- me dijo.

Hace dos mañanas, volví a mirarlo y me quedé con la boca abierta, tan rápido como habían desaparecido, unas flores blancas asomaban fuertes y llamativas, desafiantes a todo y a todos.

Y es que, a veces, tienes que tocar fondo para volver a subir, con fuerzas renovadas, a la superficie.