Todo lo que tengo es mi presente

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Burbujitas

lunes, 28 de marzo de 2011

Una Farola, por Titania Hielorrojo

En el portal de mi oficina hay una farola morada. Vigilante, alta y erguida; fría por el día; cálida por la noche cuando alumbra con su tenue naranja la oscuridad del callejón adoquinado de ese Barrio de las Letras. Está ahí desde hace mucho, pero es morada desde hace poco. Yo estaba acostumbrada a pasar de largo cada día, ciega por el sueño y la prisa, buscando al tacto las llaves dentro del bolso. Cada mañana la misma calle antigua, la misma acera, el mismo portal, sin novedad... Creo que jamás había reparado en ella.



Una mañana del mes de febrero apareció pintada. ¡Cómo no verla!. Pintada de alegre se hizo visible de repente, como diciendo “¡Eh, que estoy aquí!”. Me sacó una sonrisa y me hizo imaginar a un grafitero en la noche, subido a una escalera, spray morado en mano, riéndose del mismísimo Alcalde y poniendo color a esa aburrida calle.


Allí había echado raíces una farola gris que, durante al menos los dieciséis años que yo llevaba trabajando en el despacho, había sido invisible para mi. Allí había permanecido inmóvil y solitaria hasta que comenzaron las obras de rehabilitación del edificio que custodia y fue rodeada de andamios, vallas de alambre, sacos de arena, contenedores y palés. Y de obreros que comenzaron a entrar y salir con sus espaldas cargadas, de arquitectos y aparejadores absorbidos por los planos del inmueble, de vecinos pacientes y resignados a la incomodidad de esas obras.


El día de San Valentín un obrero regaló a Nuria una rosa a través de la ventana del patio interior, subido al andamio del segundo piso. ¿Y si fue ese obrero el que coloreó la farola para ella?.


Desde enero la farola cuenta con una discreta compañía de la familia del mobiliario urbano: una papelera con cenicero. Gris como ella. Fría como ella. Tiesa como ella. Desde enero, con este invento de la ley anti-tabaco, Nuria y yo prestamos nuestras conversaciones a sus sordos oídos mientras apuramos el cigarrillo de medio día, antes de volver a ese cementerio que es el despacho. Pero nosotras ya no contamos nuestras confidencias al aire, ni susurramos a la calle nuestros “chismes de oficina”. Ya no paramos ante el cenicero de la papelera. Ahora paramos ante la farola morada que desde esa mañana de febrero es la envidia de las demás farolas del barrio; esa que da color a las pocas ganas de atravesar el viejo y destartalado portal para entrar a trabajar. Esa farola que cualquier otra mañana volverá a vestir su traje gris a causa (seguro) de otra gris y aburrida decisión de la alcaldía.

Gracias Titania, por alimentar este blog, hambriento de un tiempo a esta parte,
de originalidad, frescura y un poco de motivación.
Aquí tienes tu casa para lo que quieras.
Es un honor contar en el blog con un artista tan versátil y polifacético como tú.

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